Muerte en Tentudía by Rafael Salcedo Ramírez

Muerte en Tentudía by Rafael Salcedo Ramírez

autor:Rafael Salcedo Ramírez
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
publicado: 2017-07-24T22:00:00+00:00


CAPÍTULO VII

La escena parecía extraída de una de esas exquisitas, profundas e hiperrealistas historias transalpinas, plasmadas sobre celuloide por maestros de la talla de Rosselini, Fellini, Visconti, Passolini o De Sica y que a Paco Prendes, apasionado del cine italiano, no le pasó desapercibido. Por su parte, Manolo Gabardino atendía a lo que sus ojos contemplaban en el sentido estricto de lo material y, en evidente contraposición con su compañero, no tan etéreo, centrándose en la observación del interior de aquella humilde casa, si podía denominarse de esa benévola forma, donde la pobreza era su rasgo distintivo.

Justo en el lado opuesto de las sensaciones de Prendes, extasiado ante la similitud del entorno, a modo de decorado, con su mundo artístico rastreando escenas de sus admirados creadores de la época dorada del cine italiano, a Manolo Gabardino se le partía literalmente el corazón al contemplar aquella mujer rota por el dolor y, al fondo de la tan exigua como espartana estancia, postrada en la cama suspirando de vez en cuando, a la que supuso su propia madre y abuela de la joven asesinada de forma impía, aseada y cuidada si bien víctima de una enajenación mental que le puso los vellos de punta. En descargo de aquel pesar, Manolo pensó para sí cómo esa misma enfermedad hacía de escudo frente a la noticia terrible que, de recibirla estando cuerda, le perforaría el alma como daga afilada hendiendo su anciano pecho.

Tanto uno como otro quedaron, una vez llegado el comité policial a la vivienda, al margen de lo hablado tanto por Ricardo Henestrosa, quien sacó a relucir su florida retórica de jurista a la hora de suavizar la situación ante tamaña empresa de conciliar el deber de investigar con la lógica concesión de un tiempo para superar el duelo de la mujer, así como Fermín, quien con algo más de rudeza pero un fondo en sus intenciones marcado por la bondad más sincera, se emplearon a conciencia para allanar el camino y permitir que en la segunda parte de aquella visita, y quizás la más agresiva por el ímpetu que todos tenían por atrapar al asesino, fuese disculpado éste a la hora de rastrear en la información que podía facilitarles la madre de Lucía y que, seguro, daría pie a unos avances que necesitaban en esas setenta y dos horas claves en todo asesinato.

-Concha, ya sabe que cuenta con todo nuestro apoyo y disculpe una vez más esta impertinencia en momentos de tanto dolor- Ricardo Henestrosa siguió empleándose a fondo bajo la mirada de sus conmilitones, babeantes ante la expectativa de comenzar un interrogatorio capital para detener al culpable de aquella salvajada en la persona de su hija -Pero también es nuestro deber hacerle ciertas preguntas.

-Bien, bien, lo comprendo, señor juez. Díganme- respondió Concha sumisa, sabiendo era un trámite doloroso pero de igual modo, juramentándose para sí, con la convicción de mostrarles el camino para encontrar al culpable.

-Relátenos todo lo que recuerde de su hija, antes de que saliera esta mañana de



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